Una mujer joven tomó asiento en el parque, su cara estaba rígida e inexpresiva. En silencio, durante un rato, vio la gente pasar, de repente oyó el sonido de una multitud lejana y miró a los lados. Con asombro se dio cuenta que estaba oyendo las mentes de la muchedumbre, sin poder comprender algo entre el vocerío.Entonces distinguió un perro y un hombre, en un banco bajo los árboles. Le pareció un vagabundo con su compañero de infortunio, recorriendo rutas paralelas en sus vidas. El individuo miró el can a sus pies durante un corto instante y el sintió su mirada.
En la cabeza de la mujer se oyó una conversación.
—Hoy no me había tomado en cuenta —oyó pensar al can.
—Este perro no me toma en cuenta —rumió sin hablar el hombre.
Cruzaron una mirada en apariencia indiferente.
—Si en el invierno sólo tuviera un hueso, se lo daría aunque se me hiciera un hueco en el estómago.
—Si en el invierno sólo tuviera una papa cruda, se la daría aunque se me hiciera un hueco en el estómago.
El individuo sacó una papa del bolsillo y comenzó a morderla, el perro continuó royendo un hueso pelado.
—No sé porqué saborea tanto una papa cruda.
—No sé porqué lame tanto ese hueso.
Ambos miraron hacia la multitud de paseantes y luego se observaron de reojo.
— ¿Soy más feliz estando solo que a su lado? ¿A quién le pregunto?
— ¿Soy más feliz estando solo que a su lado? ¿A quién le pregunto?
El perro y el hombre continuaron masticando, lamiendo, y parpadearon como si tuvieran algún escozor en los ojos.
—Me quiere poco, yo lo quiero más que él a mí. ¿O es que no puede o no pretende querer más? ¿A quién le pregunto?
—Me quiere poco, yo lo quiero más que él a mí. ¿O es que no puede o no pretende querer más? ¿A quién le pregunto?
Masticaron y royeron, saborearon y se relamieron, cada uno en su propio sentido del sabor y el placer, ajenos e ignorantes de lo que experimentaba el paladar de su compañero.
—No es suficiente, yo necesito más, y él piensa que soy demasiado exigente, que falta de empatía. ¿Qué hago?
—No es suficiente, yo necesito más, y él piensa que soy demasiado exigente, que falta de empatía. ¿Qué hago?
Ambos fruncieron la frente y arrugaron boca y hocico.
— ¿Dónde podría conseguir la clase y cantidad de amor que yo quiero? ¿A quién le pregunto?
— ¿Dónde podría conseguir la clase y cantidad de amor que yo quiero? ¿A quién le pregunto?
La mujer vio salir de entre la muchedumbre un hombre con las manos en los bolsillos. Le pareció que luchaba para dar cada paso.
—Ahí viene calmoso, tranquilo, como si nada ni nadie le importara. ¿Qué hago? ¿A quién le pregunto? —oyó a su propia mente decir.
Parpadeó sorprendida, aguzó el oído y captó los pensamientos del hombre que había comenzado a sonreír cuando la distinguió sentada en el banco. Era su voz nítida.
—Huele a papa cruda, me gustaría masticar una.
Y llegó el silencio.
